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Extraña e irregular recopilación cuyos comienzos pueden despistar por completo al oyente.
Los temas 1 a 13 pueden suponer un viaje, riquísimo y variado, a lo largo de tendencias menguantes en intensidad y agresividad, pero conexas entre sí a través del hilo conductor que enseguida se revelará.
Los 3 últimos temas, en cambio, tienen propósitos conceptuales cuyo encaje para el oyente, como mínimo, resultará chocante.
Empezamos con el clásico de
Judas Priest Breaking The Law, extraído de su octavo álbum llamado
British Steel, de 1980. Se trata de la primera canción y el más popular single de uno de los discos de
heavy-metal más vendidos de la época, con toda la afectación y teatralidad propias del género (la inclusión de sirenas de policía es patética). La evolución posterior del
metal ha convertido en una inocente travesura adolescente lo que probablemente se concibió en su momento como una amenazante muestra de provocación y agresividad.

La versión que de este tema hizo
Manolo Kabezabolo (
Véndemelo) hace inevitable que quienes nos hemos hartado de oírlo esbocemos una sonrisa cada vez que escuchamos el original de la banda de Birmingham.
La duración de la canción (2:31), su letra subversiva y su estructura (sin virtuosos solos de guitarra intermedios y con una ingeniosa progresión de la batería antes del
chorus to fade) la hacen apta para públicos
punkies, lo que explica que suscitara el interés del
Kabezabolo.
Lo más destacado del tema es su tremendamente pegadizo
riff, repetido al principio de la canción, en su clímax intermedio (justo después de la redada policial) y en el
chorus to fade.
Apro

vechando el tirón de
Judas Priest en cuanto a dureza y agresividad seguimos con un tema muy cañero a cargo de
Pink Floyd:
The Nile Song. Para mi gusto este tema es mucho más meritorio que el anterior. La batería de
Nick Mason es sencillamente inconmensurable. El tema te hace vibrar de cabo a rabo. Es intenso, sucio y experimental, con una estructura peculiar y una instrumentación original imposible de catalogar. No es
heavy (más bien sería
hard rock), pero es más duro que el
heavy y el paso del tiempo, por su alta dosis de creatividad, no le ha restado un ápice de interés. Esta música está por encima de cualquier moda. Hablamos de genios que se encuentran a años-luz de cualquier canon establecido o cliché comercial.
The Nile Song pertenece al álbum
More, en realidad una banda sonora, de 1969. Esta pieza tiene un enorme valor por sí sola, pero si además tenemos en cuenta la precoz época de la historia del
rock en que vio la luz nos hacemos una idea de la auténtica dimensión de su significado.
El tercer tema también es de
Pink Floyd, pero totalmente distinto del anterior. Cronológicamente se ubica justo a mitad de camino entre
The Nile Song y
Breaking The Law: 1975, año de publicación de
Wish You Were Here, el álbum al qu

e pertenece, dedicado a
Syd Barrett, el genial miembro de
Pink Floyd en su primerísima formación que apenas duró un par de discos y fue el principal culpable del psicodélico
Piper At The Gates Of Dawn.
La progresiva
Have A Cigar tiene un bajo saltarín y una chirriante guitarra de gusto
funky. El grupo se muestra aquí permeable a las tendencias de la época (estamos en pleno corazón de los años ‘70), pero a la vez es muy palpable la impronta megalómana y psicodélica de la banda, con especial lucimiento esta vez del teclado y la guitarra.
El salto al siguiente tema (
Jungle Strut, del
James Taylor Quartet) se hace aprovechando el tirón
funky de
Have A Cigar. El ruido que se percibe entre ambos temas es original: ambos incluyen esa aspereza en sus respectivos fin y comienzo, lo cual fue un aliciente más para mezclarlos, aunque reconozco que el efecto es duro de digerir.
Se podría decir que ambas composiciones son muestras de
funk-rock, aunque la canción de
Pink Floyd es más
heavy y la del
James Taylor Quartet mucho más asequible y próxima a terrenos
jazzísticos y
poperos.
Wait A Minute es la primera canción de un álbum con el mismo nombre, editado en 1988. La verdad es que los
James Taylor Quartet son un grupo fantástico y llega muy tarde su inclusión por primera vez en una recopilación mía. El sonido no es ochentero en absoluto, gracias a Dios (sabéis que nunca me canso de renegar de la musicalmente pésima era burguesa en que me tocó vivir durante la adolescencia, salvo honrosísimas excepciones, por supuesto).
El género musical que tocan los
James Taylor Quartet es
acid-jazz. Pues bien, la invención de este nombre se atribuye al famosísimo DJ
Gilles Peterson, cofundador del sello
Acid Jazz. Bajo el auspicio de ese sello se publicaron obras maravillosas por artistas como
Mother Earth,
Jamiroquai o los
Brand New Heavies, que figuran un poco más adelante en esta misma recopilación.
Wait A Minute es pegadiza, bailable y preciosa. Me encanta su órgano
hammond (¡a finales de los ochenta!) y la perfecta coordinación de todos sus músicos. El saxofonista es un mercenario que repite más adelante en los créditos de
Paul Hardcastle: se trata de
Philip Todd (
Phil Todd en los créditos de
Wait A Minute).

Hablando de saxofonistas,
Gene Ammons es nuestro siguiente invitado. Este polémico personaje pasó largas temporadas en la cárcel por sus problemas con las drogas (entre 1958 y 1960 y después otra vez entre 1962 y 1969). Aquí ya estamos lidiando con
jazz-funk del muy bueno. Desconozco quién es el organista, pero está a la altura de un
Charles Kynard.
La inclusión de
Jungle Strut a cargo de
Gene Ammons justo después de
Wait A Minute es un detalle de erudición: los
James Taylor Quartet incluyen una versión del mismo tema en el propio álbum
Wait A Minute.

Del
jazz-funk al
smooth jazz sólo hay un paso y ese paso bien puede ser
Donald Byrd. Este trompetista lo fue de
jazz puro en los años 50 y 60, bajo la corriente denominada
hard bop, para luego
corromperse por los terrenos de la
fusión y el
smooth jazz, que se caracteriza por las cajas de ritmos, los teclados y los coritos ñoños, es decir que sacrifica improvisación y carisma interpretativo a cambio de comercialidad y bailabilidad. De este modo,
Donald Byrd pasó a ser rechazado por los fans del jazz más puro y a ser querido por los amantes del
jazz-funk y la
fusión.
Con el
soul-funk de
Never Stop (1991), de los
Brand New Heavies la recopilación empieza a volverse claramente burguesa y comercial.

Con el siguiente tema parece que estuviéramos oyendo a
Kenny G. o
David Sanborn. Sin embargo, la
sobreproducida Paradise Cove es obra de
Paul Hardcastle, el mismo que a principios de los '80 tuvo un éxito extraordinario con la canción
19, que incluía pasajes hablados y versaba sobre la guerra del
Vietnam. Aquí la identificación del empalagoso
smooth jazz es total. A destacar el saxofonista mercenario
Philip Todd, al que ya escuchamos con los
James Taylor Quartet. A éste parece que le da lo mismo Juana que su hermana. Bueno, supongo que el chaval tendrá que comer.
El abuso de ritmos artificiales y teclados de
Paul Hardcastle nos ha llevado a los paisajes sintéticos, ambientales y experimentales de
Regrettable (
Red Snapper), mezclada por
Blue States y perteneciente al álbum
Redone, de 2003. Este disco es una rareza porque en el mismo año 2003 se editan simultáneamente un álbum por
Red Snapper llamado
Red Snapper y un álbum de mezclas con las mismas canciones reconcebida cada una de ellas por un artista o DJ distinto.

En este momento hay que destacar el carácter marcadamente londinense que ha tenido la recopilación hasta ahora:
Pink Floyd,
James Taylor, los
Brand New Heavies,
Paul Hardcastle y
Red Snapper son todos de Londres (sólo
Judas Priest son de Birmingham, como dijimos, y
Ammons y
Byrd son de USA: de Chicago y Detroit, respectivamente).

Tras ellos una dosis de ímpetu latino:
Astor Piazzolla (
Cité Tango) y
Luciano Supervielle (
Perfume). Ambos temas son electrónicos y el segundo de ellos mezclado por
Campo (nombre artístico del uruguayo
Juan Campodónico), pertenece al disco de mezclas del año 2003
Bajofondo Tango Club, en cuyos créditos figura el también uruguayo
Jorge Drexler (coautor de la canción
Perfume) a la guitarra acústica.
Los uruguayos están en racha, porque, mientras a
Drexler le dieron el
Oscar a la mejor canción original, a
Bajofondo Tango Club le dieron el
Grammy Latino al mejor álbum pop instrumental (que, curiosamente, no es ni
pop ni
instrumental).
En cuanto a
Astor Piazzolla, es evidente que lo han mezclado, pues murió en 1992 a los 70 años de edad, cuando él era demasiado viejo para flirtear con la
electrónica (aparte de que el disco
The Tango Chill Out Experience del que se extrae es unos 10 años posterior al fallecimiento del artista).

Habiendo escuchado a
Donald Byrd con su
You & Music y a
Piazzolla sería difícil apuntar alguna concomitancia entre ambos. Hemos de ir a París a buscarla: ambos fueron discípulos de
Nadia Boulanger, una de las mejores profesoras de música del siglo XX (
Piazzolla en 1954 y
Byrd en 1963). Otros aventajados alumnos de la
Boulanger fueron
Quincy Jones,
Philip Glass y
Michel Legrand (culpable de la banda sonora de la película de
James Bond de 1983
Nunca Digas Nunca Jamás, en uno de esos paréntesis del acaparador
John Barry).
A continuación el tema
Upward Bound Experience, de los barceloneses
Stigmato Inc. Es una alternancia de
downtempo y ritmos
chill-out de gusto
jazzístico bajo la narración de la vocalista
Danna Leese, que nos conduce a través de esta experiencia relajante.

Para continuar recibiendo instrucciones o mensajes hablados sobre un fondo de música artificial traemos a
Epsilon Minus con su
Red Alert. El nombre del grupo me encanta, ya que evoca la novela
Un mundo perfecto de
Aldus Huxley (los
epsilon minus eran en esa utopía los miembros menos inteligentes de entre todas las castas genéticas de aquella extraña sociedad).
Red Alert se pasea entre el
synth-pop y el
IDM (
Intelligent Dance Music) y pertenece al álbum del año 2004
Reinitialized, con colaboraciones de vocalistas femeninas de grupos como
The Azoic o
Distorted Reality.
Red Alert refleja los intentos de una máquina por que un humano no se eche novia y la
alerta va pasando por distintos colores hasta llegar al rojo (
novia inminente). Por supuesto, el ritmo progresivo acompaña perfectamente la creciente proximidad del riesgo en cuestión.

Con este cibernético alarde de vanguardismo tecnológico la recopilación llega a su fin. Ésta es la última de las 13 canciones de que consta su cuerpo principal.
¿Qué pasa entonces con las otras tres?
La primera es
Pussy Cat, de
Cy Coleman (cortesía de
Ultra Lounge), que utilizo a modo de
end titles: si la recopilación fuera una película, justo al empezar
Pussy Cat habría un fundido en negro, aparecerían los créditos y, en el cine, la gente empezaría a ponerse de pie.

Es una exquisita pieza de
light music en la que la placidez de las cuerdas contrasta con el ma

rcado ritmo inicial de piano y contrabajo. Perfecta para hacer pensar al espectador en todo lo que acaba de presenciar.
La segunda supone un salto de la gran pantalla a la pequeña:
Top Cat, el gato de aquellos inolvidables dibujos animados.

Y, por último, después de los
dibujitos, los
niños se van a la cama con el peculiar mensaje
punk de
Manolo Kabezabolo que supone el definitivo cerrojazo a la recopilación, eso sí, con cierta simetría si tenemos en cuenta la inevitable evocación del
Véndemelo que suponía el
Breaking The Law inicial.
Marzo de 2005